El presente blog es para dar a conocer libros que yo he leido, lo que les recomiendo, algunos análisis de estos, principalmente me gusta leer novelas, poesía y teatro.
Espero les guste.

Etiquetas

domingo, 29 de septiembre de 2013

Las chicas de alambre cap 16

XVI
Ya no tenía la tarde libre como pensaba, pero la alternativa era buena, muy buena. Y no
sólo por el reportaje, sino por mí mismo. Nunca había estado en la trastienda de un
desfile de modas, con un enjambre de bellezas en la peluquería, viendo cómo se
transformaban, y después en la antesala de la pasarela, siendo testigo del trajín, el vértigo,
la locura que permitía que luego, ellas, caminaran frente al público, los fotógrafos y las
cámaras de televisión como si el mundo se detuviera a su paso, sonrientes, firmes y
seguras. El trabajo de una temporada entera se presentaba en veinte minutos. Excitante.
Había oído hablar de ello, pero eso era todo. Y un desfile en el mismo París...
Pensé en Sofía, en lo que daría por estar allí.
Por eso llegué al hotel, me tendí en la cama y marqué su número. No sabía nada de ella
desde su marcha de mi apartamento y la pelea de la noche anterior. Nada. No es que me
sintiera culpable, pero tampoco había dejado de pensar en lo sucedido. Le tiré la maldita
droga, hubo unos gritos, y después... Cuando la gente no habla, cuando cada cual se
escuda en su postura, es difícil entender el punto de vista del otro.
Y además, me seguía gustando.
—¿Sí? —escuché su voz, aunque algo nasal.
—Sofía, soy Jon.
Pasaron tres segundos. No me colgó.
—Hola.
Su voz careció de entusiasmo, pero algo era algo.
—¿Qué te pasa?
—¿No me oyes la voz? Estoy resfriada.
—Lo siento.
—No importa. El novio de mi compañera casi se ha instalado aquí, y me ponen de los
nervios. Ayer salí, llovió, me mojé...
—¿Por qué no fuiste a mi casa? Ya sabes dónde está la llave.
Cambió de tema sin más.
—¿Dónde estás?
—En París.
—Joder —la oí suspirar.
53
¿Le decía que estaba trabajando? Imaginé que sería un insulto. ¿Le contaba lo del desfile
de moda por la tarde?
—¿Cuándo vuelves?
—No sé. Ya te dije que estaría fuera más o menos una semana. Mañana me voy a Nueva
York, aunque con un poco de suerte no tendré que dormir en la ciudad y por la noche me
largaré a Los Ángeles.
—¿Con un poco de suerte? No entiendo que haya una persona que no quiera quedarse en
Nueva York. Aunque, claro, tú ya habrás estado más veces.
—Siento lo de la otra noche —traté de contrarrestar su deprimente amargura.
—Yo también. Era muy buena.
—No me refería a eso.
—Ya sé a qué te referías.
—No creo que te haga falta meterte nada en el cuerpo, no seas burra.
—Y yo no creo que tú debas meterte en mi vida, ¿vale?
—Somos amigos.
Escuché un ruido por el auricular, algo así como un suspiro de sorna o un bufido de
irritación.
—Yo no me acuesto con mis amigos —me dijo.
—Por favor, escucha: cuando vuelva nos vemos. ¿De acuerdo?
—No sé si va a valer la pena.
—Puedo echarte una mano.
—No soy una interesada. Me gustaste tú, no lo que eres.
—También a mí me gustaste tú, no si eres modelo o secretaria.
Hubo un momento de silencio, muy breve, pero también muy denso y cargado de
expectativas. Al otro lado del hilo telefónico, Sofía pareció rendirse de pronto.
—Escucha —dijo—: ya sé que las drogas no son lo que se dice saludables, aunque las
controles. Pero es que si tuvieras que arrastrarte por todas las mierdas por las que me
arrastro yo...
—Eso son excusas, y lo sabes.
—Tú trabajas en lo que te gusta, haces entrevistas, fotos, ves gente, viajas... Yo también
quisiera hacer eso, trabajar en lo que me gusta, ser modelo, hacer cine.
—Es un trabajo, sí; pero mientras llega no deja de ser un sueño.
—Vamos, Jon.
—Los cementerios están llenos de tíos y tías que creyeron que podrían controlar las
drogas. Llámame moralista si quieres, pero es como lo veo, y lo veo así porque he visto
demasiado y sólo tengo veinticinco años. Estoy investigando lo de las Chicas de
Alambre, ¿recuerdas? Cyrille, Jess, Vania... Lo tenían todo, y antes de llegar a mi edad ya
lo habían perdido. Y no estoy de acuerdo en que sea mejor vivir diez años en las estrellas
que sesenta en la tierra. Todo lo que tenemos aquí es tiempo, y soy de los que quieren
aprovecharlo al máximo: viviendo.
—Eres un idealista.
—Hace diez años yo estaba enamorado de Vania. Entonces sí era un idealista. Ahora soy
la persona más realista que puedas conocer. Ya no me enamoro de pósters, ni de chicas
54
de película. Ahora me gustas tú.
La pausa fue mucho mayor.
—Puro carne y hueso —trató de quitarle importancia a mis palabras.
—Te llamaré cuando vuelva, ¿de acuerdo?
—Si no estoy, es que me he ido a las Maldivas, o a la Polinesia, a tomar el sol.
—Bueno, entonces esperaré a que vuelvas. ¿Qué tal está tu compañera de piso?
—¡Ni se te ocurra! —logré hacerla reír—. ¿Quieres morir en el intento?
—Un beso. Cuídate.
Estornudó sonoramente, y no era fingido.
—Vale —gimió.
Colgué al mismo tiempo que ella y me quedé en la cama cinco minutos más, pensando, o
más bien dejando que mis pensamientos fluyeran libres. Cuando llenaron toda la
habitación, los aparté de golpe y volví a concentrarme en el teléfono. Aún me quedaban
unos minutos antes de tener que cambiarme de ropa y salir.
—Zonas Interiores, ¿dígame?
—Elsa, soy Jon.
—Ooh-la-la —cantó en el más puro estilo chic parisino.
—Deberías ver los Campos Elíseos. La primavera les sienta muy bien.
—Y tú deberías ver cómo está esto. El exceso de trabajo nos sienta de coña.
Me imaginé a Sofía con el buen humor y la mala baba positiva de Elsa. Una combinación
perfecta.
—Vale, ponme con la jefa.
—¡Una de madre... marchando!
No podía estrangularla. Era buena. Más que buena, indispensable. Seguro que mamá la
preferiría a ella.
—¿Jonatan?
—Agente 007 informando, señora —anuncié.
—¿Cómo lo llevas?
—Dejonet, muy bien. Trisha Bonmarchais... digamos que epatante. Me ha invitado a ver
un pase de modas dentro de un rato, a eso de las siete. Y antes estaré con las chicas en la
peluquería, viendo cómo se lo montan y de qué hablan.
—No alucines mucho.
—Tengo los nervios de acero y el corazón de piedra.
—Sí, ya —se burló ella.
—¿Crees que va a impresionarme estar rodeado por veinte o treinta de las mujeres más
guapas del mundo? ¡Por favor!
—¿De quién es el desfile?
—De un tal Michel de Pontignac. No le conozco.
—Yo sí. Es un nuevo Gaultier pero aún más excesivo. ¿Me harás fotos?
—No. Voy de incógnito. Prefiero concentrarme en la trastienda.
—De acuerdo.
—Oye, ¿tú sabes cuántas casas o apartamentos tenía Vania?
55
—No, pero desde luego estaba el de París, porque leí que vivía más en él que en su piso
de Barcelona. A lo mejor tenía también otro en Nueva York. Para una top sería lo más
usual.
—Dile a Carmina que indague eso, ¿de acuerdo?
—Se lo digo.
—Mañana me voy a Nueva York; que me deje el recado en el hotel antes de irse esta
tarde, si es que tiene algo.
—De acuerdo. Tengo otra llamada, Jonatan.
—Un beso, mamá.
—No te enamores de una modelo —fue lo último que le oí decir antes de colgar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario