El presente blog es para dar a conocer libros que yo he leido, lo que les recomiendo, algunos análisis de estos, principalmente me gusta leer novelas, poesía y teatro.
Espero les guste.

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domingo, 29 de septiembre de 2013

Las chicas de alambre cap 15

XV
La Agencia Pleyel es una de las agencias de modelos más importantes del mundo. Lo
sabía de sobra, claro; pero es que uno podía darse perfecta cuenta de ello con sólo pisar la
recepción de sus oficinas, o incluso con sentarse delante, en la calle, como vi que hacían
varios adolescentes de ambos sexos, para ver entrar y salir a algunas de las mujeres más
hermosas del mundo o algunos de los hombres más sexys. El desfile era incesante, y con
ellas o ellos, pero básicamente con ellas, el del ejército de adláteres y acólitos que los
acompañaban, desde estilistas a fotógrafos, pasando por peluqueros, maquilladores,
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amantes, periodistas o simples devotos. La agencia era el oasis en medio del desierto de
la vulgaridad.
Otro mundo.
Otra galaxia.
Yo me sentí turbado cuando me detuve delante del mostrador de recepción. La misma
recepcionista habría podido ser «Miss Lo Que Quisiera». A ambos lados de ella, las
paredes estaban cubiertas de fotografías gigantes de las tops y los tops más destacados a
lo largo de los más de veinte años de vida de la empresa.
Vania, Cyrille y Jess estaban ahí.
Le dije a la recepcionista miss que me esperaba la «Suma Sacerdotisa». Me hizo pasar a
una salita de la cual fui rescatado a los dos minutos por otra belleza, ni más ni menos que
oriental, con un exquisito charme francés. La oriental me dejó en manos de un secretario
eficiente, el primer hombre que veía por allí. El siguiente paso fue conducirme por un
pasillo mayestático, cubierto con portadas de revistas famosas, desde Vogue a
Cosmopolitan. A través de algunas puertas vi a la consabida fauna y flora interna, los
bookers, el personal de cada equipo de selección o de lo que fuera, y mesas atiborradas
de papeles, ordenadores, diapositivas, fotografías y rostros de mujeres imposibles,
cientos, miles de rostros. Nuestro paso no se detuvo hasta ser finalmente entronizado en
el despacho de Trisha Bonmarchais.
En su tiempo había sido una notable modelo de pasarela y publicidad estática, influyente
y con personalidad. Conservaba muchos de sus rasgos de top model, y había acrecentado
esa personalidad con los años y su nuevo estatus de poder, especialmente desde que
contrajo matrimonio con el dueño de la agencia. Bastaba con mirarla. Tenía la última
edad perfecta de la juventud y la primera que conducía a la madurez plena, sólo que en
ella se fundían en un todo armónico, a pesar de la dureza de sus rasgos. Era alta, esbelta,
delgada, angulosa y sofisticada. Cien por cien parisina, porque Trisha, pese a su nombre
exótico, era de allí mismo. Por supuesto, una de sus facultades era la de tener memoria,
requisito indispensable en su negocio. Otra bien pudiera ser un estupendo archivo. Pero
aposté por la primera cuando me dijo:
—Tu debes de ser el hijo de Paula Montornés.
Me tendió una mano nada firme, de las que se sostienen fláccidas o se besan, y no hice ni
una cosa ni la otra. Sólo la tomé y me incliné levemente, con educación. Le gustó el
detalle. No sabía nada de su vida, pero aposté a que no era una viuda pasiva y
desesperada. Bastaba con verla.
—Mi madre me ha hablado mucho de usted —mentí.
—La conocí antes de su accidente. Era muy buena.
—Sigue siéndolo, aunque ya no ejerce como antes.
Me indicó que me sentara en una butaquita, frente a su mesa, y ella hizo lo mismo detrás,
en su trono.
—¿Tendrás suficiente con veinte minutos? —pareció marcarme el tiempo que me daba,
aunque luego lo arregló—. Si no es así, no hay problema. Podemos comer juntos.
Me sentí halagado; pero le dije que no, que esperaba tener bastante con veinte minutos y
no robarle...
—No me lo robas. Me encantan las entrevistas. Es una forma de publicidad —reconoció
—. ¿Cuál es el tema?
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—Vania.
—Oh —le cambió la cara. Seguramente esperaba algo distinto, sobre la agencia, o sobre
sí misma. Pero estuvo perfectamente al quite—: Pronto hará diez años, claro.
—Así es.
—¿Qué quieres saber?
—No sólo quiero centrarlo en la desaparición de Vania o las muertes de Jess y Cyrille.
También quiero hablar de las modelos, de lo que son y lo que sienten. Creo que nadie
mejor que usted para...
—Soy su madre, desde luego —asintió—. Desde que llegan aquí y son contratadas, me
convierto en todo para ellas. Ha de ser así, o de lo contrario... Los hombres son distintos,
sin olvidar que pocos se hacen famosos realmente. Las niñas, en cambio... —sonrió al
emplear la palabra niñas—. La edad ha bajado mucho. Empiezan muy pronto. Siempre
les digo lo mismo, que es un mundo duro, terrible, que no basta con ser bellas, que todo
es trabajo, trabajo, trabajo. Y me escuchan, pero... Quién acepta las reglas al cien por cien
cuando se tienen quince o diecisiete años. Se deslumbran, se sienten fuertes y seguras
tanto como, en ocasiones, frágiles. Cualquier mujer entra en una tienda y es capaz de
pasarse una hora probándose ropa sólo para ver cómo le sienta, cómo luce. Las modelos
hacen lo mismo: se prueban decenas de vestidos, los exhiben en una pasarela, es como un
juego. Luego está la imagen. Mira esto.
Me tendió un book de una modelo que no conocía. Lo abrí y pasé varias páginas con
bolsas de plástico, en cada una de las cuales había una portada de una revista o una
fotografía publicitaria. Entendí lo que me quería decir. Se trataba de la misma modelo,
pero nadie lo hubiera dicho. Una mujer, cien caras. Un rostro, cien imágenes.
—Son una y mil —lo hizo más grande Trisha Bon-marchais—. Para ellas es el máximo
de la fantasía. Ser modelo es una religión. Fíjate bien en el detalle: es tan maravilloso que
apenas dura. En el cine, una mujer llega a su esplendor a los treinta años. En el modelaje,
a esa edad ya se es vieja. Pocas llegan activas: Elle McPherson, Linda Evangelista, Cindy
Crawford... y aun es porque se han diversificado, han hecho cine, otras cosas, que si no.
Es tan duro que en el fondo todo está en contra. Si te enamoras, estás perdida. Si estás
sola, estás perdida. Aviones, aeropuertos, ni soñar con tener un hijo, hombres que van a
por ti pensando que pueden comprarte porque debajo de cada modelo hay una puta. Todo
en contra, pero basta con el placer que se siente por dentro para superarlo, ¿entiendes?
Una modelo de pasarela vive en esos minutos que está encima de ella casi toda una vida.
Y otra que preste su rostro a una marca de perfumes sabe que su imagen será vista y
admirada en todo el mundo. Eso, amigo mío, es poder. Y poder es placer.
—Siempre se dice que una modelo madura rápido, que en un año es como si vivieran
diez.
—Cierto. Son adultas a los trece o catorce años, mujeres a los quince y diosas a los
veinte. Eso es inasimilable. O maduran rápido o... La misma palabra lo dice: modelo. Son
un modelo a seguir, a imitar. Todas las adolescentes quieren serlo. Saben que, en un
mundo oscuro, ellas son la luz.
Hablaba con pasión de su mundo, con mucha pasión. Trisha Bonmarchais era una
magnífica relaciones públicas de su universo, porque creía en lo que decía. Para ella no
había nada más. Gente «fuera», o sea, «los demás», y gente «dentro», o sea, «ellos y
ellas». La vulgaridad frente a la perfección. El consumo frente al gancho. La fealdad
frente a la belleza. Lo gris de la vida frente al arte hecho imagen y sensación.
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—¿Qué es lo peor para una modelo joven?
—La familia y los novios —dijo rápida—. Ser modelo exige una disciplina total, entrega
total, vida total... y sentirse modelo las 24 horas del día, por dentro y por fuera. Por eso
las modelos españolas tardaron tanto en despegar, y aún les cuesta. Y que conste que no
es algo mío. Pregunta y te dirán lo mismo en todas las agencias. Las malas famas, por
desgracia... La española es poco disciplinada, es impuntual, tiende a la pereza y escucha
demasiado a la familia o al dichoso novio o los amigos. En este trabajo no puede haber
novios, y la familia no tiene ni idea de lo que pasa. Antes te he dicho que yo soy su
madre.
—¿Su marido era el padre?
—Por supuesto.
No sabía cómo abordar el tema de las drogas. Se había escrito tanto acerca de que Jean
Claude Pleyel suministraba cocaína y heroína a sus chicas para tenerlas en forma, que
pensé que no era necesario preguntarle a su mujer. Podía echarme a patadas.
Me desconcertó que ella misma...
—Todo aquello que se escribió al morir Jean Claude fue pura basura —dijo de pronto—.
¿Cómo iba a hacerles daño? ¡Es absurdo! Es la misma leyenda negra que acompaña al
rock. Tú eres joven y lo sabes. Se asocia al rock con el sexo y las drogas. O a los
escritores con las borracheras. Falso, falso, falso. En el mundo del rock han muerto
muchos artistas por sobredosis, ¡de acuerdo! Pero nada más. ¿Por qué se magnifica? Muy
simple: si muere por una sobredosis el vicepresidente de una marca de coches, la noticia
ocupa un par de líneas en un periódico. Pero si se muere una rock star, es portada, y
entonces la gente dice: «Claro, como todos son unos drogadictos.» En la moda ocurre lo
mismo. No todas las modelos delgadas toman drogas, ni todas son anoréxicas o
bulímicas, ni todas soportan la presión, los viajes o las horas de trabajo con anfetaminas.
Muchas son normales, con vidas normales, equilibradas y sumamente inteligentes. Pero
basta que una o dos caigan para que el mundo crea que todas son iguales.
Me estaba «vendiendo» el producto, y lo hacía bien. Lo que decía tenía su lógica. Yo
mismo lo había pensado a veces del mundo del rock. Sin embargo, la cuestión no era
aquélla. La cuestión, pese a todo, era que Jean Claude Pleyel había sido un cerdo. Eso sí
se demostró en el juicio.
Pero ella era su mujer, así que no iba a sacarle nada por ahí.
Lo importante es que ya estábamos dentro de lo que a mí me interesaba.
—¿Quién mató a su marido? —le pregunté de pronto, aprovechando que parecía estar
muy lanzada.
—No lo sé —dijo, sin plegar velas—. Te digo la verdad. Desde luego no fue aquel idiota.
Los idiotas no van pegando tiros a la cabeza de la gente. Eso lo hacen los asesinos en
serie, o los fanáticos, o los locos, como el que mató a Versace. Pero el novio de Jess
Hunt... no, no. Absurdo.
Frederick Dejonet opinaba lo mismo. No parecía ser casual.
—Pero le amenazó. Fue a su propia casa; usted fue testigo de ello.
—Era un loco idiota, nada más —insistió segura.
—Se le juzgó por ello.
—No tenían a nadie más, y mi marido era demasiado importante. Había que buscar un
cabeza de turco. Nicky Harvey era perfecto. Carecía de coartada, tenía el motivo... bueno,
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el motivo que dijeron que tenía, claro. ¿Cómo iba a querer vengar a su novia matando al
hombre que supuestamente la introdujo en las drogas, cuando la propia Jess le metió a él?
Yo le vi en el juicio, y no era más que un drogadicto asustado, y un niño bien hasta aquí
de porquería —se llevó la mano derecha en horizontal a la altura de la nariz.
—¿Después de la muerte de Nicky Harvey, hizo usted algo para que se siguiera
investigando?
—Sí; pero la policía no me hizo caso. Dijeron que el caso estaba cerrado.
—¿Por qué desapareció Vania después del juicio?
—No lo sé.
—¿Cuándo fue la última vez que la vio?
—Antes de irse a la clínica para que la trataran por la anorexia. También hablé una vez
por teléfono con ella mientras se recuperaba.
—¿Y después?
Hizo un gesto definitivo.
—Se acabó. Nunca más.
—¿Ni un mensaje, ni un indicio, ni una pequeña sospecha?
—Nada.
—¿Trató de buscarla, de ponerse en contacto con ella?
—Claro. Cuando supe que había abandonado la clínica la llamé para saber cómo estaba y
darle trabajo. Tenía un montón de peticiones para ella.
—¿Por teléfono notó algo...?
—La noté cansada, afectada, eso es todo. Ya no volví a llamarla porque imaginé que lo
que necesitaba era descanso, desconectarse dos o tres semanas del mundo.
Desconectarse.
Tuve una idea de repente. Algo que no se me había ocurrido hasta ese instante.
—¿Pudo saber ella algo diferente en relación con la muerte de su marido?
—No lo creo; pero en cualquier caso...
—¿Dónde estaba Vania cuando murieron Jess y luego su esposo?
—Cuando murió Jess, Vania se encontraba en Nueva York. Lo recuerdo porque nos
llamó desde allí. No tenía pasaje para volver y quería hacerlo cuanto antes. Cuando murió
mi marido, estaba aquí, con los padres de Jess si no me equivoco.
—¿Recuerda usted a la criada de Vania?
—¿A quién?
—Su criada, ayuda de cámara, secretaria; no sé, hacía un montón de cosas para ella.
—No, no. ¿Secretaria? Nunca hablé con ninguna secretaria de Vania.
Saqué la fotografía de mi bolsillo, es decir, la fotocopia del periódico que había hecho la
tarde anterior, y se la tendí. Miró a la mujer negra sin que le cambiara la cara.
—Recuerdo haberla visto con Vania, sí, pero ni siquiera sabía que fuera su criada o... —
se encogió de hombros y me devolvió la hoja. Después miró su reloj y dijo—: Me temo
que...
—Sí, sí, lo siento. A veces...
—¿Por qué no te vienes hoy al desfile de Michel de Pontignac? Te sería muy útil para el
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reportaje. No sólo puedo darte una invitación, sino meterte en el staff para que estés con
las chicas en el peluquero y luego entre bastidores, viendo el back stage de un desfile.
¿Has estado alguna vez así en uno?
—No.
—Entonces está hecho. Michel no es Gaultier ni Lagerfeld, pero es uno de los genios
emergentes de la moda. La mayoría de las chicas que va a utilizar son mías.
—Gracias.
Se puso en pie y me acompañó a la puerta. No sé cómo lo hizo, pero antes de llegar a
ella, ya apareció su secretario, dispuesto a satisfacer sus exigencias y darme lo que
necesitaba.

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