Sofía ya no estaba por la mañana, al despertar.
Me había metido en la cama —por suerte es espaciosa, así que ni nos habíamos rozado—
y, aunque con dificultad, porque es duro dormir teniendo tan cerca a una mujer como
ella, al final me quedé dormido.
Supongo que esperaba que yo lo intentara.
O que al menos le hablara.
Pero no lo hice. Me sentía extraño. Y ya no pensaba en Vania. Pensaba en la propia
Sofía. Y en todas las Sofías candidatas a modelo o ya profesionales, que caían en manos
de aquella locura.
Así que se había ido, sin hacer ruido.
El billete de diez mil pesetas seguía en el suelo, en el mismo lugar donde se cayó la
noche anterior.
Acabé de hacer la maleta, metí lo imprescindible para una semana y me fui a la redacción
de Z.I. intentando no pensar demasiado en mi nueva amiga. Probablemente ya no la
volvería a ver. Antes de decirle adiós a mi madre pasé por administración para recoger
los pasajes de avión y unos cuantos dólares en metálico para gastos. Porfirio me hizo
firmar los correspondientes recibos.
—El regreso de Estados Unidos está abierto, como querías.
—De acuerdo.
—Bien vives —me dijo, estudiando y envidiando mi aspecto de hombre aventurero.
—Ya me gustaría verte yo a ti en esa selva —señalé al otro lado de la ventana.
Porfirio era bajito, regordete, calvo. El perfecto administrador.
—Tráeme...
—Los justificantes, sí, descuida —asentí rápido.
Le dejé calibrando nuestras diferencias laborales y pasé por el despacho de mi querida
Carmina. Mi «conseguidora» me lanzó una sonrisa feliz y me tendió una hoja de papel.
—Creo que es todo —dijo con su eficacia natural—. Y lo que no he podido conseguir o
no está claro... te he puesto cómo intentar lograrlo.
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—¿Por ejemplo?
—La última dirección de Robert Ashcroft en Nueva York era de una galería de arte en
Tribeca; pero ese tipo de galerías abre y cierra como si nada. Tal vez ya no esté allí. Así
que te he puesto media docena de teléfonos de gente conocida y vinculada con el mundo
del arte. Tampoco sé si la madre de Jess Hunt sigue en Los Ángeles. Su hija pequeña
trabaja en una serie de televisión, pero igual la han cancelado y...
—Eres un sol.
—A ver qué día me llevas a dar un paseo por Kenia o por Jordania.
—¿Te imaginas, tú y yo juntos?
—No —se echó a reír.
Le lancé un beso y entonces, sí, me fui a por mi madre.
Estaba dando los últimos toques a la portada del número de esa semana, así que hice lo
que suelo hacer en estos casos: meter baza. El montador, que estaba con ella, se puso a
temblar.
—Yo bajaría esta foto un centímetro, le daría algo de color a este titular y destacaría aún
más el principal en rojo.
—Te voy a buscar trabajo en el Hola o en el Lecturas —me amenazó ella.
El montador sonrió por debajo del bigote.
Esperé a que terminaran sin abrir más la boca, es decir, privándoles de mis consejos y mi
experiencia. Cuando el montador se fue con la portada aprobada, me quedé a solas con
ella. Todavía me quedaba tiempo suficiente para llegar al aeropuerto y salir rumbo a
París.
—¿Cuándo te vas? —quiso saber mamá.
—Diez minutos.
—¿Qué tal el viernes?
—No muy bien —puse cara de desconfianza—. Tomás Fernández, el noviete de Vania
cuando ella tenía dieciséis años, sigue siendo un borde integral de los que se merecen que
los pise un coche en un paso de peatones. Y Nando Iturralde, aunque fue mucho mejor,
tampoco aportó gran cosa. Material para un buen reportaje, sí; pero poco más.
—¿Y el «toque Boix»?
—Oh, sí, el toque Boix. Lo olvidaba.
Mi madre abrió el cajón central de su mesa. Extrajo una revista de él y me la tendió. Era
española, fechada un año antes.
—Hay un buen artículo sobre el mundo de la moda, las tops, la servidumbre de la fama,
la drogadicción y todo eso —me informó—. Léetelo, porque es el tono que me interesa.
—¿De veras lo crees necesario? —casi me ofendí.
—No seas absurdo. Hay detalles que pueden ayudarte.
—Vale —lo metí en mi bolsa de mano.
—Picasso copiaba de todo el mundo, pero como lo hacía mejor...
—Mamá...
—Tengo una reunión —me despidió—. Anda, dame un beso y lárgate.
Le di un beso y me largué. Salí a la calle, subí a un taxi y le pedí que me llevara al
aeropuerto. Me olvidé de la revista porque en el aeropuerto, cosa nada rara, me encontré
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a un amigo. Por suerte no iba a París, sino a Londres, a ver el concierto de Peter Gabriel.
No abrí la bolsa de mano hasta que el vuelo con destino a Orly estuvo en el aire.
Entonces, sí, saqué la revista, busqué el artículo y le di un rápido vistazo.
Después lo leí. Mamá tenía razón. Era bueno.
En especial, algunos párrafos...
«¿Alguien sabe quién fue la primera auténtica top model de la historia? Probablemente,
no. Se llamaba Evelyn Nesbit, y en 1901 llegó a Nueva York, a los quince años,
acompañada de su inevitable madre —todas tienen una madre celosa y protectora, hasta
que ellas mismas se independizan, cansadas de su celo—. En su ciudad natal, Evelyn
había causado estragos. Se pusiera lo que se pusiera, y la fotografiaran con lo que la
fotografiaran, el resultado era inmediato, y el éxito, seguro. Pese a su temprana edad,
Evelyn Nesbit era un imán. Pero básicamente lo era para los hombres. Podía ser una niña,
pero no lo parecía. A todo aquel que llevara pantalones le provocaba una reacción global,
le atrapaba, le seducía. Así que Nueva York centelleó para la primera Lolita de su
emporio. Joel Fender fue el fotógrafo que la lanzó al estréllate en la ciudad de los
rascacielos, utilizándola como modelo para lucir sombreros, zapatos, vestidos, etc. Los
periódicos publicaron con avidez esas fotos. Pero el público a quien convirtió en una
diosa fue a ella. Fue bautizada como "la modelo más hermosa de Estados Unidos".
También se convirtió en la primera pin-up. Sus fotos eran el secreto oculto de muchos
jóvenes cuando aún no se habían inventado los pósters. El siguiente paso de Evelyn fue el
mundo del espectáculo: corista en el musical Floradors, un pequeño papel en The wild
rose... hasta que aceptó ser la protegida, y amante, de un famoso arquitecto llamado
Stanford White. Evelyn tenía dieciséis años y él cuarenta y siete, además de una esposa.
El escándalo marcó su vida a partir de aquí.
»El modelo Evelyn Nesbit se ha perpetuado desde aquel comienzo de siglo. Hubo
cambios, pero las tops continuaron siendo las reinas. En los años veinte se intentó que
ellas no apartaran la atención del producto que anunciaban. Fue un vano intento. El
diseñador francés Paul Poiret llegó a prohibirle en cierta ocasión a una periodista inglesa
que hablara con una modelo. Le dijo: "No hable con las chicas. ¡Ellas no existen!" Pero sí
existían. A partir de los años cuarenta, el término supermodelo o top model ya comenzó a
ser habitual. Con Cindy Crawford, El rostro, los años ochenta acabaron encumbrando lo
que ya en los sesenta y los setenta era una señal de identidad.»
—¿Es un buen artículo? —oí comentar a una voz a mi lado.
Odio a los pelmas que quieren hablar en los aviones.
—Sorry, I don 't understand —dije, suplicando que no supiera inglés.
No lo sabía.
Volví a mi apasionante lectura.
«¿Qué diferencia a una top de una modelo vulgar? En primer lugar, un halo invisible que
la hace distinta, que enamora al espectador, a la cámara, y que transmite la sutil droga del
deseo. El deseo, sí. Una top ha de tener nervios de acero, ser camaleónica, parecer
siempre distinta aún siendo ella misma, mostrarse vulnerable pero también altiva, y
mezclar sentimientos como la tristeza con la desvergüenza, el carácter de una diosa con la
ternura de una novia. Venden imagen, pero además se venden a sí mismas. Son el sueño
de las mujeres que quieren ser como ellas, y de los hombres que quieren poseerlas. Se
supone que tienen cuerpos perfectos, moldeados por la madre naturaleza en una sutil
combinación de armonía y estallido de los sentidos. Son "productos acabados" al
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milímetro. Pero incluso la perfección puede mejorarse. Por eso ellas hoy se operan la
nariz, los pómulos, los labios, se hacen ampliar la frente, se quitan los dientes del juicio o
los molares inmediatos a ellos para que sus rostros sean más chupados y, por encima de
todo, potencian esa palabra que antes he citado aparte: deseo. Su arma. Una actriz seduce
desde la pantalla con un buen papel, pero una modelo sólo puede hacerlo desde una foto
o desde una pasarela. Todo ha de ser más rápido, pues. Deseo al instante. Shock.
»¿Qué es el deseo? Piénsenlo. Rubens pintaba mujeres gordas y se decía que en ese
tiempo los hombres las querían carnosas. ¿Por qué hoy ha cambiado esto? ¿Por qué hoy
muchas modelos parecen muñecas frágiles, a punto de romperse, y lo que potencian es su
imagen lánguida, débil, triste y hasta ojerosa? ¿Por qué lo que podríamos llamar "el
efecto Auschwitz"? Pues porque parte de su atractivo y reclamo es ése. Una mujer
exuberante inspirará una clase de deseo. Pero una mujer muy delgada, casi evanescente,
inspirará otro, y tan fuerte o más que el primero. La delgadez extrema despierta
compasión, ternura, cariño... vulnerabilidad —ésa es una de las claves—, tanto como
fuertes emociones que van desde la posesión hasta, por asociación, la enfermiza idea de
la muerte, que, no lo duden, continúa siendo un poderosísimo reclamo social. ¿Cuántos
son los ídolos juveniles que han muerto en la plenitud, en los últimos cincuenta años? El
encanto de la destrucción acompaña a la adolescencia y la juventud como la marea a la
Luna. "Vive deprisa, muérete joven, y así tendrás un cadáver bien parecido", dijeron los
Rolling Stones. Y sigue siendo así.»
—Señor.
Tuve que dejar de leer. La azafata, una morenita no precisamente delgada y sí muy
consistente, me tendía la bandeja con mi comida envuelta en una sonrisa. De todas
formas, no tardé más allá de cinco minutos en dar buena cuenta del refrigerio.
Y volví a mi artículo.
«La mayoría de las modelos actuales se inicia a los doce o trece años, y pueden explotar
entre los quince y los diecisiete local o internacionalmente. En un mundo en el que, a los
veinticinco, ya eres vieja, todo pasa muy rápido. Esas niñas tuteladas o no por madres
ansiosas, carecen de supervisión psíquica, no van a la escuela, trabajan quince horas
diarias, tienen el jet lag —cambios de horarios entre continentes— perpetuamente
instalado en sus vidas, y su tensión les provoca un estrés que cuando se inicia no cesa.
Algunas lo dominan, otras no pueden. En contrapartida, ganan mucho dinero, son
famosas, viven romances con estrellas del rock o del cine, y por lo general se casan con
hombres poderosos. Pero el reverso de la moneda no las abandona. Las tops anoréxicas y
bulímicas son las que peor lo tienen. A comienzos de los noventa se impuso el Heroin
chic look, es decir, la imagen chic, de moda, creada por la adiccion a la heroína o
inspirada por ella. Cuerpos filiformes. De vuelta, pues, a lo enfermizo como reclamo. La
muerte por sobredosis del fotógrafo Davide Sorrenti, en primavera de 1997, hizo que
hasta el presidente Clinton alertara desde la Casa Blanca sobre los peligros del Heroin
chic look, advirtiendo a los fotógrafos, los diseñadores y las revistas de moda, que no
potenciaran la muerte a través de sus páginas, porque las modelos superdelgadas
incitaban a ser imitadas a cualquier precio, especialmente por las adolescentes. Sorrenti,
de veinte años, sufría de thalasemia, un desorden genético en la sangre que le obligaba a
hacerse dos transfusiones mensuales, lo cual le hacía parecer mucho más joven de lo que
era. Su misma novia, James King, reconoció drogarse desde los catorce años, es decir,
desde que empezó a trabajar como modelo.
»No son hechos aislados. Las grandes agencias han tolerado el uso de drogas en sus
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modelos para venderlas mejor. Es una cadena. La heroína está en las pasarelas, y nadie va
a quitarla de ahí fácilmente. Lo curioso es que esas mismas agencias acusaron en su
momento a los fotógrafos, los estilistas, los directores de arte y los editores, tanto como a
los diseñadores, de crear una imagen positiva de la heroína en sus pupilas. ¿Pero
hablamos sólo de heroína o cocaína? No. La célebre protagonista de Cuatro bodas y un
funeral, la actriz Andie MacDowell, reconoció haber tomado primero pastillas para
adelgazar, y cocaína después para mantenerse delgada. También tenemos el famoso
Alprazolan, el tranquilizante de moda para las chicas de la pasarela, que ayuda a
contrarrestar el estrés. Cuando no se puede comer, dormir y descansar el tiempo
necesario... Pero un par de pastillas de más, ingeridas con alcohol, bastan para matar. ¿Y
que decir del GHB, tan de moda a mitad de los años noventa? El GHB se utiliza como
sedante y anestésico en medicina. Se obtiene... —atención— de la síntesis de un
disolvente utilizado para limpiar circuitos eléctricos. Se convirtió en una droga barata y
fácil de conseguir, y provoca un estado de euforia. Pero ya en 1993 el actor River
Phoenix murió a causa de una sobredosis de GHB. Es sólo un detalle.
»Muchas modelos, con unos kilos de más, perderían su estatus —el mismo contrato de
Miss Universo estipula que si la ganadora del certamen engorda un 5% de su peso
durante el año de reinado, perderá la corona—. Y no hay cuerpo que en la adolescencia
no sufra cambios, ni cuerpo que en diez años no experimente una mutación, un ligero
aumento de formas... que en el caso de una modelo puede llevarla al paro. Todas piensan:
"Ya me recuperaré cuando lo deje", sabiendo que es una carrera corta de diez años. Pero
luego es imposible dejarlo. Y el daño no se lo hacen sólo a sí mismas, sino a los millones
de chicas que quieren ser como ellas. Con diez y hasta con nueve años de edad, un 12%
de las niñas ha iniciado ya algún tipo de dieta. Tres de cada cuatro jóvenes de entre
catorce y veinticuatro años de edad han seguido algún régimen. Muchas de esas
preocupadas chicas acaban en brazos de la bulimia o la anorexia, que les deja huellas
irreversibles, cuando no las conduce a la muerte.
»¿Por qué lo delgado vende hoy en día? La respuesta a esta pregunta debemos hallarla
en...»
—Señores pasajeros, dentro de unos minutos... Estábamos en París.
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